jueves, 8 de noviembre de 2007

Ensayo sobre la Solapa y el Pombero.


DE LA SOLAPA Y DEL POMBERO: UN POCO EN BROMA Y UN POCO EN SERIO
Y DE UNA MUY LINDA CANCIÓN DE CUNA, PARA LAS SIESTAS DEL VERANO

He visto en el blog que se han ocupado de la Solapa... ¡ ya era vieja y “fiera” en los tiempos en que mi abuelo intentaba controlarme con ella, amenazándome con sus terribles maldades, en las tórridas horas de la siesta, allá en Cayastacito ¡ (la verdad sea dicha: Don Amaranto, tenía muy poco éxito en ese esfuerzo, felizmente...)

¡ Cómo estará ahora de decrépita y arrugada ¡ ¿ o se habrá hecho un ‘lifting’ y/o un ‘peeling’, y/o/u otros estiramientos cutáneos varios ? ¡ Si hasta es capaz de haberse hecho colocar siliconas en las... las...(ejemmm) y también en...en...(otra vez ejemm) ¡ (para menear más vistosamente esta parte, claro, tal como hacía aquel político que “robaba para la corona”, que era hombre de los pagos de las uvas y de la poma).

Y, sin embargo - bicho o vieja terrorífica, engendro metafísico o lo que fuere -, pese al paso de los años y los previsibles achaques de su vejez, sigue ejerciendo su antigua e innoble profesión: siempre disfrutando del repudiable placer de asustar a los chicos. Y, ¡“pa’ pior”¡, en las mejores horas: las de la siesta, en verano.

Pregunto, ahora que (pingüino mediante) está fácil: ¿ Ese ser detestable, no pensará jubilarse ...? El que la vea primero está autorizado a decirle que me ofrezco a hacerle - ¡¡ gratis ¡¡ - los trámites en la ANSES.

La verdad es que no lo voy a hacer por ella, porque no merece “acogerse al goce de los beneficios previsionales” quien ha dedicado su vida a una actividad tan repudiable: ¡ lo voy a hacer por tantos zambullones y “mojarriadas” que se pierden los chicos en el arroyo de Cayastacito, por su culpa ¡

Levanto solemnemente a la faz de la tierra esta justa protesta: ¡¡¡ Oíd mortales, oíd ¡¡¡: Ese bicho (o “bicha”), o vieja bruja, o bruja vieja, o todo eso junto y más todavía – o lo que haya sido ayer, sea hoy o fuere mañana y siempre, hasta el fin de los tiempos -, por muy Solapa que se llame, no tiene ningún derecho a privar a los chicos de las inolvidables sensaciones y estremecimientos de placer que provoca el agua fresca sobre los cuerpos a 40°, 45° o más grados ¡¡¡ (en la escala de Celsius; no la de Farenheit).

Embargado del más profundo dolor imaginable y transida mi alma de la más infinita tristeza, salgo “ a preguntarle a los hombres sabios”:
¿ qué cosas valiosas podrán recordar mañana los chicos de mi pueblo, cuando lleguen a mayores sí - por miedo a ese engendro llamado Solapa - no se pueden escapar al arroyo ...?

Y - ¡encima¡ -, como si fuera poca la pérdida de los chapuzones acuosos, se ven privados del placer inigualable de saborear la exquisitez de unas cuantas mojarras fritas (cuanto más mal apretadas en la panza, más sabrosas, cualquiera lo sabe. No hay en esta afirmación ningún mérito personal ni descubrimiento gastronómico alguno; es de la más pura “herencia cultural” y comprobado empíricamente, lo juro).

Si alguno creyese que estoy exagerando, que el desarraigo “me tiene chapita”, o que - a suerte de moderno Don Quijote jurídico / leguleyo -, se me secó el seso, de tanto leer “autos caratulados xx” (en vez de novelas de caballería, como las que leía el personaje del genial manchego), o que estoy atacado de cualquier otro desequilibrio intelectual o espiritual, está invitado a leer el blog de Cayastacito y podrá comprobar por sí de modo irrefutable, que los recuerdos de bañarse y pescar en el arroyo, ocupan un lugar central - y recurrente - en el alma de quienes venimos a hacer la catarsis en el sitio.

Lamentablemente, no son sólo los chicos de mi pueblo los sometidos a esas “bárbaras privaciones”, mediante el empleo de esos engendros aterradores. En todo el nuestro norte, desde la provincias de Corrientes hacia arriba, el Paraguay y el Sur del Brasil, pasa lo mismo. Sólo que allí no es nuestra Solapa la que impera; allí el miedo pavoroso es impuesto por otro ser malvado, que responde al nombre de “Pombero”.

El ’susodicho’, tiene a su cargo cumplir con las mismas funciones innobles que nuestra temible conocida coterránea. Esto es y quede claro: ambos son crueles privadores del inalienable derecho al libre albedrío, del que debieran disfrutar ilimitadamente todos los niños, en las siestas del estío.

El Pombero se diferencia de la Solapa en que tiene - digamos – una “aplicación utilitaria” o una “incumbencia” considerablemente más amplia que nuestra terrorífica “amiga”: lleva al monte a los chicos malos y desobedientes (y también a los buenos, se murmura); defiende a los pájaros, si se los hondea; manda sequías espantosas; inundaciones de antología; lluvias superiores a las del diluvio universal; etc., etc... (Mal que nos pese, debemos admitir que nuestra Solapa no llega a esos niveles de perversidad).

Lo cierto es que el susodicho castiga o premia – a él le da lo mismo una u otra cosa -, despreocupado olímpicamente de todo sentimiento de equidad y/o justicia (a modo de la Diosa Fortuna de los griegos, que soplaba bienes o males a capricho, sobre el destino de los hombres).

No se sabe muy bien como es físicamente, por lo que se cree que esta dotado de la facultad de poder adoptar diversas formas.

Así, a veces, tomaría aspecto antropomórfico: Se lo describe como un hombre bajito, de sombrero puesto hasta las orejas; morocho (¡cuando no un negro, haciendo de malvado¡) y muy peludo, de barba crecida, bigotes largos y muy pobladas cejas; deforme, en tanto tendría los pies para atrás (para confundir al rastreador); libidinoso y atrevido con las chicas (y las no tan chicas, porque no es ingrato ¡eh¡); etc., etc.

En otras oportunidades, asumiría formas antropozoomórficas: Se afirma que se parece a un carpincho (o ‘capibará’) erguido sobre las patas traseras. Lo que está claro es que su fealdad es tanto mayor, cuanto más grande haya sido “el julepe”, del que tuvo la desgracia de que “se le apareciera”.

Y, sin embargo, pese a las ocupaciones detestables a las que se dedican esos dos, ambos aparecen – a todas luces inmerecidamente - en poesías. Por ejemplo, a una Chamarrita sobre la Solapa, se puede llegar a través de una de las conexiones del blog.

Leer esa composición poética, me condujo a recordar una bellísima canción de cuna, pensada para que las madres llamen el sueño de sus hijos, en las tórridas siestas del verano.

Se titula “ Niño Rhupá ” ( o: “Niñorhupá”), que en lengua guaranítica significa “lecho de niño”. Como también es ese el nombre dado a un árbol, pienso que es posible imaginar una cunita construida con la madera de esa especie, como punto de unión o convergencia de los elementos lecho y árbol.

La dispersión geográfica de esa especie forestal, se extiende desde la provincia de Corrientes hacia el norte, y crece en abundancia en la Selva Tucumano – Salteña.

En la poesía, se encuentran presentes elementos sagrados y profanos: el Niño Jesús y el Pombero, en su diminutivo. Es decir, hay sincretismo religioso, lo cual es bastante corriente en las regiones del NEA y del NOA.

La canción fue interpretada magníficamente por Jorge Cafrune, entre otros. Se las dejo y me despido.

NIÑO RHUPÁ
Letra: Albérico C. Mancilla
Música: Edgard Romero Maciel

La siesta se ha puesto rubia;
El sol dorándola está,
Y con su aliento ha quemado
Las espigas del maizal.

No salgas, hijo, al camino
Que junto al espinillar
El Pomberito de espera
Y al monte te ha de llevar.

Duerme, mientras yo cuidaré
Que ninguno turbe tu paz,
Y que venga el Niño Jesús
Contigo en el sueño a jugar.

En el monte está la torcaz
Arrullando un canto por ti
Y ha callado el viento su voz,
Porque puedas, hijo, dormir
Y puedas conmigo soñar;
Duerme, duerme ya...,
Duerme, duerme ya...,
Duerme, duerme ya...

Investigación y edición: Guillermo Horacio Gerarduzzi.
Gracias tío por tu colaboración.

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